Rusia vendió Alaska a Estados Unidos por alrededor de 7,2 millones de dólares el 30 de marzo de 1867. Al día de hoy unos 60 millones de euros.
Hoy en día se suele usar como uno de los mayores ejemplos de estupidez en la Historia de la Humanidad, muy por encima de la compra de Nueva York a los indios de la región por 24 dólares o que los españoles vendieran Florida por 5 millones de dólares y renunciaran a Texas también merecería estar en la lista.
Rusia veía a Alaska en 1867 como lo que era: un enorme terreno improductivo, imposible de colonizar. Y sobre todo una fuente de problemas.
Porque para Rusia el defender la soberanía de Alaska era misión imposible. La difícil ubicación geográfica, el clima, la dificultad para justificar un gasto militar en la defensa de un terreno baldío. Todo ello llevaba a una conclusión clara: Alaska sería para quien se esforzara lo más mínimo por poseerla.
En 1867, finalmente, se culminó la operación. Eduard Andreevich Stoeckl, fue el encargado de realizar la venta a encargo del Zar Alejandro II.
Del lado estadounidense, el Secretario de Estado William Henry Seward fue quien mostró enorme interés por realizar la operación, adelantando las negociaciones antes incluso de que se enterara el presidente de los Estados Unidos.
Seward defendió con tesón la posición americana de compra. Aunque ahora se nos antoje como una compra chollo, a Seward en su momento hasta le sorprendió obtener el apoyo del Congreso a la compra de Alaska, que se logró por un simple voto de ventaja. Porque algunos años antes casi nadie había mostrado interés por la operación.
Tras una larga noche de negociación se llegó al precio final de los 7.200.000$. El acuerdo inicial aprobado por el Congreso había sido de 7.000.000$ pero los rusos apretaron un poco más en el último momento. Rusia quedó tan contenta con la operación que Eduard de Stoeckl obtuvo una prima de 25.000$ y una pensión anual de otros 6.000$.
Del otro lado, una parte de la prensa se mostró muy crítica con la compra de Alaska y con su principal valedor, William Seward. En especial el periódico The New York Tribune, el de máxima tirada por aquel entonces en Estados Unidos.
El frigorífico de Seward, el jardín para osos polares de Andrew Johnson (el presidente de EEUU aquel entonces), Walrussia, Icebergia, el país de las hadas rusas, el nuevo Frigorífico Nacional, o directamente la estupidez de Seward (Seward's folly) fueron algunos de los calificativos que se dieron a Alaska y la operación realizada por el gobierno americano. Porque hubo gente que sencillamente no entendía qué tenía de valor ese territorio, que ni siquiera era contiguo a los Estados Unidos.
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