Nunca compres lo que vendes." Este refrán está destinado a los comerciantes inescrupulosos y a los políticos manipuladores porque se supone que los comerciantes y los políticos veraces, aquellos que no "sobrevenden" lo que ofrecen, no tienen por qué temer que les devuelvan lo que entregan. El consejo práctico de no comprar lo que uno vendió apunta especialmente a los vendedores de fantasías porque les advierte el peligro principal que los acecha: el riesgo de "creérsela", enredándose en sus propias maquinaciones. Es que, cuando alguien engaña a otros, puede terminar por convencerse también a sí mismo, pasando del engaño al autoengaño . Este es el flanco más vulnerable de los engañadores.
En la hipocresía , el propagandista desleal es suficientemente astuto como para no caer en su propia trampa. En la alucinación , cuando el propagandista bebe su propio veneno, al auto engañarse recupera en cierto modo la sinceridad pero la falacia de su maniobra inicial queda finalmente al descubierto. Si desde el punto de vista moral es mejor el que se engaña a sí mismo, desde el punto de vista político es peor porque su contradicción, cuando queda al desnudo, lo convierte en blanco fácil de sus adversarios. Una vez que advierte el error en el cual ha caído, el auto engañado puede salvarse a través de una autocrítica que le permita reconciliarse con la realidad. Pero si el auto engañado persiste en su error pese a las señales de alarma que le dicen que se está alejando de ella, se convierte en "autista". Su mal deja de ser, entonces, moral o político y pasa a ser patológico: una enfermedad de la mente.
Cuando, con la ayuda de su formidable aparato de propaganda, la Presidenta difundió la suposición de que ya había ganado las elecciones, ¿anticipó una verdad, intentó engañar a los demás o se engañó a sí misma? ¿Fue veraz, manipuladora o alucinada?
El perfil del "cristinismo"
Al lanzar su campaña electoral junto al anuncio de que "ya ganó", ¿la Presidenta fue sincera? ¿Creía ella misma en este anuncio o, sin creer en él, pretendía manipular a los ciudadanos? Desde el momento en que Cristina, al igual que su marido, ha hecho del hermetismo una coraza impenetrable porque no concede reportajes ni conferencias de prensa como se estila en las democracias, blinda su pensamiento. Cada una de sus presentaciones públicas por cadena oficial se parece, en este sentido, a una obra de teatro cuidadosamente montada. Lo único que puede deducirse de estas presentaciones es el doble mensaje que han procurado transmitirnos: primero, que Cristina es invencible; segundo, que los votos que se le sumen sólo le pertenecen a ella. Cristina no se presenta como una presidenta democrática que compite en igualdad de condiciones con los demás candidatos. No pretende ser una "presidenta", sino una "reina" situada en un plano superior, pero aun así es una reina que, al revés de las verdaderas, sigue sometida a la voluntad popular.
Todo candidato procura sumar votos ajenos a los propios para alcanzar la mayoría. Si Cristina cree que es invencible, en cambio, también cree que puede disponer a su antojo de todas las candidaturas sin recurrir a nadie más porque no necesita practicar la virtud de la humildad. Y fue así cómo, al digitar las listas de sus candidatos en todo el país, dio rienda suelta a sus preferencias particulares escogiendo a sus favoritos sin acudir a ningún auxilio "externo" y reduciendo de este modo el kirchnerismo al cristinismo . Se dio así el lujo de convocar casi sin límites a los militantes de La Cámpora que preside su hijo, jóvenes sin base propia sino urdida y financiada desde la Casa de Gobierno, o a candidatos totalmente "inventados" como Amado Boudou y Gabriel Mariotto, sin recurrir a otros sectores potencialmente afines del peronismo tradicional del Gran Buenos Aires o el sindicalismo, que quedaron relegados. En vez de "ampliar" su base electoral mediante incorporaciones diversas, como lo hacen todos los partidos "normales" en una inevitable demostración de humildad, Cristina la "redujo" sólo a aquellos que no tendrían que agradecerle sino a ella su caprichosa promoción. Si Cristina creyó que ya había ganado y que los votos oficialistas eran solamente de ella, ¿por qué iba a actuar de otra manera?
Pero si ésta era la convicción de Cristina antes del último domingo, ¿cuál será su reacción ahora, ante la evidencia de que sus favoritos acaban de perder estrepitosamente en la Capital y nada menos que frente a Mauricio Macri, el opositor al que ella ha maltratado más que a ningún otro? ¿Cómo reaccionará cuando las cifras de la ciudad de Buenos Aires se repitan en pocos días más en Santa Fe y en Córdoba? Aunque no la confiese, ¿será su reacción íntima, como la de Fito Páez? ¿O está todavía en condiciones de reconciliarse con la realidad?
¿Cristina ya perdió?
Si fue arbitraria y está a punto de ser desacreditada la tesis oficial de que "Cristina ya ganó", ¿tiene acaso más asidero la tesis opuesta según la cual "Cristina ya perdió"? Sería aventurado afirmarlo. Las derrotas cristinistas en Santa Fe y en Córdoba pueden ser anticipadas. Las elecciones primarias del 14 de agosto, en las cuales el voto será nacional y obligatorio, constituyen, al contrario, una incógnita crucial. A estas elecciones concurrirán alrededor de 20 millones de personas, a menos que el oficialismo, que ya está arrepentido de haberlas convocado, consiga abortarlas a último momento. La votación del 14 de agosto y no ya las cifras merecidamente desprestigiadas que suministran los encuestadores del Gobierno, émulos del Indec, será entonces, de aquí a menos de un mes, nuestra auténtica encuesta. En esa fecha aprenderemos dos cosas. La primera, si Cristina llega o no llega al 40 por ciento, que es el "piso" que necesitará para encarar el 23 de octubre con posibilidades de ser reelegida. La segunda, cuál de sus opositores, Alfonsín, Duhalde o algún improbable "tapado", conseguirá erigirse como el principal candidato alternativo a la presidencia, convocando a partir de ahí al grueso del "no cristinismo".
Mientras tanto, y a menos que Cristina le ordene al dócil Filmus retirarse de la segunda vuelta en la Capital del 31 de este mes, Macri concurrirá a ella con la perspectiva de sumar alrededor del 65 por ciento de los votos porteños. Es por delante de este horizonte que podrían interpretarse las recientes declaraciones de la candidata a vicejefa porteña, María Eugenia Vidal, quien no descartó un eventual apoyo a Cristina en las elecciones presidenciales. Si se tiene en cuenta que existe un porcentaje menor, pero no despreciable de votantes porteños que, aun prefiriendo a Macri para la ciudad, podrían votar por Cristina en octubre, hubiera sido poco práctico de parte de Vidal arrojarlos de aquí a dos semanas de su lado, con lo cual acaba de mostrar lo que le ha faltado hasta ahora a la Presidenta, realismo y humildad, para sumar y no para restar votos en vísperas de las elecciones porteñas, lo cual no excluye que aun sin decirlo, el macrismo sepa de antemano que Cristina, a menos que se convierta al ejercicio pleno de la democracia, lo tiene todavía como enemigo principal.
¿Cuál es, entonces, el vaticinio más consistente a esta altura de los acontecimientos? Que Cristina no ganó, pero aún puede ganar. Que la oposición no perdió, pero aún puede perder. La pugna electoral del 23 de octubre continúa con final abierto, como corresponde en una democracia en que la corona de la soberanía no le pertenece a ninguna persona en particular, por más que ella lo crea, sino únicamente al pueblo.
fuente diario La Nación, por Mariano Grondona – Las imágenes son agregados sobre el texto original.
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