23 de octubre de 2010

La Verdadera crisis de Estados Unidos

Dando vueltas por mis sitios favoritos, encontré este artículo escrito por un gran amigo que espero me disculpe al transcribirlo, Alex Gasquet de la Revista almamagazine.

image Cuando Denys Arcand dirigió, allá por 1986, La Decadencia del Imperio Americano difícilmente imaginara una realidad como la actual. En su película el apocalíptico planteo tenía sus raíces en los rasgos de una sociedad anclada en el consumismo, el poder y el dinero, viviendo la agonía de un Estado fracasado en todos sus frentes. Y su diagnóstico de cara al futuro era feroz: un fatal desenlace, el final de un sueño que se creía eterno. El cineasta profetizaba el fin del imperio como consecuencia de su crisis moral, no económica. Casi 25 años después, Estados Unidos atraviesa una de las peores crisis de su historia. Uno de cada siete estadounidenses vive por debajo del umbral de la pobreza, lo que supone algo más de un 14% de la población total. El nivel más dramático desde el año 1965, cuando el presidente Lyndon B. Johnson le declaró la guerra a la pobreza. Más de 50 millones de personas carecen de cobertura médica. La tasa de desempleo está en niveles récord y el déficit del presupuesto nacional ya supera el 10% del PIB. La crisis, definitivamente, es económica. Pero desnuda implacablemente la otra cara de una realidad que late bajo las ruinas de todas las certezas: Estados Unidos sufre una crisis de identidad.

Si Estados Unidos ya no es la potencia que fue. Si Estados Unidos ya no es el vigía excluyente de Occidente, el modelo a seguir, el faro que guía y la fuente de todas las respuestas. ¿Entonces qué es? El modelo Estados Unidos 2010 nos muestra un universo de rostros múltiples y antagónicos. La esperanza global generada por la victoria de Barack Obama se consumió en la primera batalla electoral de la actual Administración: Massachusetts. El presidente sobrevive con niveles de popularidad razonables, pero el mito ha caído. La realidad muestra a un 59% de la población que cree que el presidente Obama no tiene un plan claro para enfrentar la crisis.

La polarización política es mayor que nunca, la confianza de los ciudadanos en las instituciones públicas alcanza mínimos históricos y los nuevos problemas económicos difícilmente se resolverán con viejas recetas. La reducción de impuestos para las empresas no resolverá un problema de desempleo que presenta causas múltiples y complejas. A diferencia de 1929, esta crisis trae consigo una ruptura de paradigmas. Funciona como un catalizador que acelera procesos en todos los frentes. Eficientización de procesos industriales, incorporación de tecnología, agonía de la intermediación, todo acelerado por la crisis. Por lo tanto, difícilmente la sola reducción de impuestos a las empresas devolverá las fuentes de trabajo perdidas. Es necesaria la creación de nuevas empresas que produzcan los nuevos bienes y servicios de la era que viene. Y para eso hace falta inyección de dinero al sistema: créditos accesibles a la pequeña y mediana empresa.

Mientras los paquetes de ayuda a los bancos se diluyen en la reparación de sus propias cuentas y en paquetes pornográficos de compensación a sus ejecutivos, el acceso al crédito sigue siendo casi imposible y a tasas usurarias. Pero lo que viene no parece ser mejor. La realidad política muestra a sus principales actores en una gran batalla ideológica en la que nadie, en realidad, actúa con la responsabilidad que exigen las circunstancias. El presidente Obama, sin duda el mandatario más ilustrado y pensante que ha gobernado este país en décadas, hasta ahora mantiene su posición progresista en lo interno. Su agenda sigue asentada en una ambiciosa reforma de salud, migratoria, ambiental y laboral. Pero en un momento donde está en juego la nueva identidad de Estados Unidos, una línea progresista de conducción en la política doméstica pone decididamente en pie de guerra a la derecha racista y conservadora que día a día duplica su apuesta en insultos y manifestaciones de intolerancia.

Sobre una dolorosa realidad económica y una incertidumbre instalada acerca del futuro, cobran espacio personajes como el periodista Glenn Beck reclamando la vuelta de Dios al país, acompañado por el desordenado crecimiento del Tea Party, el ultraderechista y populista movimiento que comienza a invadir al Partido Republicano. El sorprendente triunfo de Christine O'Donnell en las primarias de Delaware es una prueba de ello. Desconocida en el campo de la política, O'Donnell creó en Los Angeles en 1996, con sólo 27 años, una organización que responde al nombre de Alianza del Salvador para Defender la Verdad y cuyo principal objetivo era la promoción de la castidad. O'Donnell es asidua oradora en actos públicos, debates académicos o tertulias de la cadena Fox para condenar la pornografía, la masturbación y la homosexualidad. Es también conocida por sus críticas al aporte oficial en la lucha contra el sida, que ella considera la penitencia justa por el pecado de la promiscuidad. O'Donnell sostiene que el papel más adecuado para una mujer es el de esposa y madre al servicio de la tranquilidad y felicidad del marido, entre otras posiciones contra cualquier conquista alcanzada por el simple progreso de la humanidad.

El estupor del propio Partido Republicano ante estos resultados no reconoce antecedentes. ¿Es O'Donnell, cuyo parecido, hasta en sus rasgos, con Sarah Palin es sorprendente, la nueva identidad de Estados Unidos? A cinco semanas de las elecciones donde los demócratas podrían perder la mayoría en ambas Cámaras, la población está prisionera de una crisis económica sin solución a la vista. Mientras observa una salida de Irak con cierto sabor a derrota, un frente de guerra en Afganistán sin un objetivo claro, un Irán reforzado, a China despojando a Japón del segundo lugar en la economía mundial, asiste, no sin un dejo de nostalgia, a la pérdida constante de influencia a nivel global. Si bien es cierto que el fatídico tándem Bush - Cheney recibió un país con 200 mil millones de superávit y lo dejó con 1,3 billones de déficit, dos guerras equivocadas y un completo descalabro del sistema financiero, es igualmente cierto que la actual Administración no ha mostrado capacidad y velocidad de acción acorde a sus promesas. Un accionar pobre, casi impotente, contrastando con discursos sublimes, de ensueño.

Una cosa es clara: la solución a la grave crisis económica vendrá después de una clara redefinición de la identidad. El estado de bipolaridad, lejos de parecerse al esperable intercambio democrático, está llevando al país a la parálisis en un entorno plagado de intolerancia y fundamentalismo anárquico. La identidad no es algo que debiera venir de la izquierda o de la derecha ni de arriba o abajo; es algo que deviene de la razón como única esperanza para el ejercicio de la coherencia personal, el respeto, la admiración y la tolerancia en tiempos de crisis, fanatismos y falsos profetas.

Hasta la próxima.

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