Imaginemos una fila de gente donde el primero en esa fila soy yo. Detrás de mí, mi padre, detrás de él mi abuelo, luego mi bisabuelo, mi tatarabuelo y así sucesivamente. Cada uno de ellos a medio metro del que lo precede. Digamos que el primero en la fila, yo, está en el kilómetro 0 de la puerta del Sol de Madrid, y vamos a recorrer la fila.
A los pocos segundos de empezar a andar ya veo cambios significativos. Pero son cambios solo en el vestuario. Apenas a dos o tres metros del kilómetro cero, ya veo personas vestidas del siglo XIX. Los cambios son velocísimos, en unos metros veo alguna armadura medieval, y antes de abandonar la plaza veo a mis antepasados vestidos de auténticos romanos (como efectivamente eran). Voy bajando por la calle de Alcalá, cruzándome en un abrir y cerrar de ojos, con egipcios del siglo XX a.C. Antes de llegar al cruce con la calle Sevilla, la fila se ha convertido en una sucesión de hombres con vestimentas sencillas de lino y algodón, precediendo a una larga fila de cazadores-recolectores vestidos con pieles de animales. Y aun no hemos llegado a la Gran Vía...
Este tramo de cazadores se prolonga durante un buen rato, llegando a la plaza de Cibeles y continuando por la calle de Alcalá. Eso sí, poco a poco se va notando que la vestimenta va siendo más sencilla, las pieles van dejando de estar cosidas por finos hilos y empiezan a estarlo con cuerdas confeccionadas por juncos u hojas de palmera. En la fila llegamos a una zona con vestimentas mucho más gruesas, de piel de mamut y semejantes. Debían pasar mucho frío. A todo esto aun no hemos salido de Madrid. Una vez llegados a este punto, la fila empieza a tornarse cada vez más homogénea. Es imposible diferenciar a cada individuo del que le antecede. Transcurre durante muy pocos cambios mientras cogemos la M30 en dirección a la carretera de Barcelona.
Antes de llegar a San Fernando de Henares ya vamos notando una extrañeza en los rostros de nuestros más directos antepasados. El rostro ya no nos es tan familiar. Las pieles con las que se cubren son más bastas, pero sobre todo el rostro está dejando de ser como el nuestro. Hace un rato que a nuestro lado hay una fila paralela formada por unos hombres parecidos a nosotros, el neandertal. Llega un momento en el que es imposible distinguir a los individuos de las dos filas, hasta que llegamos a un punto en el que las dos filas se unen. Tenemos un hombre con otros dos delante. Dos de sus hijos. Se parecen mucho, hasta podrían ser gemelos. Pero la descendencia de uno de ellos, con el paso de las generaciones, se desvió de nuestra rama directa para formar la de nuestros primos evolutivos.
Y a partir de aquí, los cambios se hacen desesperadamente lentos. Pasamos Alcalá de henares y esa fila, de hombres cada vez más bajos, se va tornando poco a poco más simiesca. Camino de Guadalajara la fila se compone por hombres con la frente hundida, grandes mentones y sin barbilla. La capacidad craneal ha disminuido significativamente y los brazos se han alargado algo. A los 160Km de Madrid nos encontramos con Lucy, una Australopitecus afarensis, el límite de la familia de los hominidos, de los hombres. El aspecto ya es claramente simiesco.
Ya en Zaragoza esta fila está compuesta por chimpancés. Bueno, más bien por el ancestro común de la humanidad y de los chimpancés. Alguno de estos individuos, ascendientes directos nuestros, es también ascendiente directo de los chimpancés. Un poquito más lejano, pero también son nuestros primos. Notar que en un viaje desde Zaragoza a Madrid, es decir, desde el ancestro común con los chimpancés hasta nosotros mismos, no nos encontraríamos con un descendiente nuestro ya plenamente humano hasta las afueras de la capital.
Continuamos alejándonos, pero ahora los cambios son terriblemente lentos. Y a nuestros ascendentes los vemos enormemente difusos. No tenemos claro cómo son. Pero hace tiempo que han dejado de ser bípedos y, por supuesto, homínidos. Nos encontramos con una enorme fila de primates que sobrepasa Barcelona, atraviesa la frontera francesa y llega hasta Paris. Poco podemos distinguir de ellos más que identificarlos como monos. Apenas poseen ya ningún rasgo físico que recuerde a un ser humano, a pesar de ser nuestros ascendentes directos.
En nuestro viaje a París estos familiares nuestros han disminuido bastante de tamaño, no llegando al metro de altura. Son pequeños monos de aspecto similar a los que vemos en las jaulas de los zoos. Nos resulta llamativo también que al poco de pasar la capital francesa, el paisaje se llena de dinosaurios. No debían tener una vida fácil mis antepasados. A partir de aquí la fila ya se vuelve muy oscura y poco sabemos de ella. Lo que podemos asegurar es que continua y continua, generación tras generación, hasta llegar a Moscú. Y aquí lo que nos encontramos ya poco tiene que ver con nosotros. Una especie de pequeña comadreja con ciertas características reptilianas, como la ausencia de pelo. Pero nos equivocamos. Ya lo creo que tiene que ver con nosotros. Esa comadreja tuvo crías, y éstas nuevas crías, continuando la cadena hasta llegar a mí. Somos descendentes directos de esa comadreja. Todos, Bush y Bin Laden, judíos y palestinos.
Todos los mamíferos actuales se clasifican en tres grandes grupos: los monotremas, los marsupiales y los placentados. Los monotremas, como el ornitorrinco, nacen de huevos; los marsupiales, como las comadrejas y los canguros, nacen en un estado inmaduro y completan su desarrollo en una bolsa ventral o marsupio; mientras que los placentados, como los seres humanos, retienen sus crías en el útero hasta un estado más completo de desarrollo. Y todos ellos tienen su origen en este pequeño animalillo de nuestra fila que nos hemos encontrado a la altura de Moscú. Como curiosidad y como prueba de que es nuestro antecesor real, os comentaré que compartimos el 80% de nuestro material genético con esta comadreja.
Y ya sí que nos sumergimos un una oscuridad del conocimiento que no podemos atravesar. Esa fila continua, hasta llegar al pacífico después de atravesar toda Asia. Y allí nos encontramos a una especie de reptil, antecesor común de todos los reptiles, todas las aves y todos los mamíferos, incluidos todos nosotros. Y llegados al pacífico...
Y una vez llegado al pacífico, nos sumergimos en el agua... Estamos ante el Tiktaalik roseae, posible antecesor común de todos los animales que hay sobre la tierra, mamíferos, aves, reptiles, incluso de los que posteriormente volvieron al agua, como delfines, ballenas, focas, etc. Un animal a medio camino entre los peces con aletas y los tetrápodos con extremidades.
Empezamos a cruzar el pacífico, viendo como este ascendiente directo nuestro va adquiriendo un aspecto más propio de los peces con aletas que de los tetrápodos. Ya es inequívocamente un pez de aspecto similar a un primitivo atún... Ya poco podemos ver, casi no queda registro fósil para conocer esa época. Sabemos que hace unos 400.000.000 años uno de nuestros ascendentes directos, perteneciente a la familia de los Agnatha fue el primer vertebrado, el primer ser vivo con espina dorsal.
Y para atrás, el desconocimiento. Nuestros genes se pierden en seres de aspecto alienígena, invertebrados desconocidos para nosotros pero en cambio directamente emparentados por vía sanguínea directa. Seres que, en nuestra fila, cambian rápidamente de aspecto hasta llegar a un punto, hace unos 500-550 millones de años, en el que la vida dio el gran cambio sobre la tierra. Empezaron a proliferar los organismos complejos en una auténtica explosión de vida. A partir de aquí nuestra fila se convierte en una sucesión de organismos unicelulares. El paso de estos a los pluricelulares y de los invertebrados a los vertebrados sigue, para nosotros, sumergidos en el misterio.
Pero la cadena unicelular continua de modo aburrido durante otros 100 millones de años, hasta que llegamos al primero de los grandes cambios en la vida en la tierra, la aparición de seres aeróbicos. Seres unicelulares que obtienen su energía a partir del oxígeno. Si nos remontamos más allá, más de 600 millones de años desde la actualidad, todos los seres vivos emitían oxígeno como desecho de su química, oxígeno que les era enormemente tóxico y que terminó llenando la atmósfera, permitiendo la evolución hacia seres cuyo metabolismo se basó en ese volátil y hasta entonces venenoso elemento.
Y se acabaron los cambios. Durante los más de 3.000 millones de años siguientes, casi toda la historia de la vida, nuestra fila familiar es una sucesión de seres unicelulares anaeróbicos cada vez más simples, llegando al ancestro común de animales y plantas, más adelante al antecesor común de éstos con los mohos, los mohos del lino y numerosas (y desconocidas para el gran público) ramas de la vida que veremos en otras entradas. Seguimos navegando por los océanos hasta dar dos veces la vuelta al mundo, viendo células cada vez más simples, hasta llegar a una pequeñísima bolsita de material genético que, por un maravilloso azar del destino, hizo algo maravilloso, comenzó a dividirse. Y no ha dejado de hacerlo desde entonces. Poco más que una decena de genes envueltos por una fina cubierta de material aceitoso. Una protocélula que con el paso del tiempo terminaría evolucionando hasta llegar a nosotros, que miramos hacia atrás intentando comprender lo mejor posible el origen de nuestra existencia.
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