9 de noviembre de 2010

Muerte de Kirchner – Nicolás Kasanzew

image Escribo tratando de desembarazarme de la empalagosa hipocresía que chorrea de la radio, del televisor y de los diarios, como una melaza espesa y adulterada.

Siempre creí que la muerte no convierte a un miserable en buena persona sino en un miserable muerto.

Néstor Kirchner fue, según mi exclusiva e intransferible opinión, una persona malvada, vengativa y mezquina. Un tipo básicamente destructivo y profundamente egoísta.

Dos de cada tres habitantes de este país tenía de él una imagen negativa, con niveles de desaprobación ciertamente dispares. De estos dos tercios, alguna porción probablemente importante debe compartir mi opinión sobre su persona.

Por supuesto, la muerte conmueve, hasta la del enemigo. Las personas de bien cubren con un tapiz de piedad los costados oscuros de los que mueren y prudentemente callan sus opiniones si estas no favorecen al muerto.

También es cierto que desde ciertas posiciones institucionales o representativas resulta sensato hacer comentarios de ocasión y presentar cristianas condolencias a los deudos.

Les hablaba de mi empalagamiento, porque desde ayer escucho hablar de un “apasionado luchador”, de un “político de raza”, de un “defensor vehemente de sus ideas” y varias otras calificaciones de tinte épico. Y estas calificaciones no provienen de sus partidarios (que por otra parte se turnan para llorar en la radio) sino de gente que hasta ayer luchaba para no ser destruida por las perversas andanadas del furor exterminador de Néstor Kirchner.

Todavía faltan dos días para su entierro y creo que esto recién empieza.

Escuchar a tipos como Scioli o Alberto Fernández (que han sido ninguneados, maltratados, desautorizados, erosionados, boicoteados, extorsionados y manipulados por el “apasionado luchador”), hacer pucheritos en la radio hablando del amigo que se les fue, me remite al trágico síndrome de la mujer golpeada. A ellos trato de comprenderlos desde la patológica necesidad que tienen los políticos, en especial los peronistas, de subirse al tren que más les convenga.

Ni que hablar de los muñequitos de torta que integran el gabinete y que compiten entre sí para ver cuál de ellos hace la declaración de dolor más desgarradora, mientras esconden la calculadora con la que tratan de deducir cómo quedarán parados en el nuevo escenario.

Sin embargo, la cobertura periodística parece reflejar la muerte de Juan Pablo II, en todos los medios, aún en aquellos que tuvieron que pelearla para no ser devastados por la furia vengativa del “político de raza” y sus Chirolitas. No me animé a sintonizar Canal 7 por temor al shock melifluo.

Los invito a hacer un breve ejercicio de inferencia e imaginar qué hubiera ocurrido si el muerto hubiera sido otro.

Por ejemplo Cobos:

El Calafate estaría de fiesta, con banderines en la calle.

Aníbal Fernández declararía que “el vicepresidente arde en el séptimo círculo del infierno, reservado a los traidores”.

Página12 titularía: “Un traidor menos”.

Le negarían todos los aviones de la flota presidencial para el transporte del féretro a Mendoza.

Por ejemplo Menem:

Néstor concurriría al funeral sólo para hacer los cuernitos y tocarse los testículos para evitar la mufa, ante las risotadas de dos o tres “espontáneos”.

Página12 titularía “Murió el culpable de la miseria de los 90”.

En “6, 7, 8” harían un programa especial describiendo cómo Néstor y Cristina combatieron el neoliberalismo y fueron feroces opositores al difunto durante toda la década infame.

Y esto podría seguir. Sin embargo, quiero resistirme a tratar a los miserables con su misma miseria, porque me educaron de otra manera. Por eso escarbo en las profundidades de mi espíritu tratando de hallar algo de compasión.

Sólo encuentro un poco para nuestro país.

fuente Una patriada por malvinas

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