La Primera Guerra Mundial Cibernética, no es necesario recurrir a fiscales corruptos a jueces amigos para dar una apariencia de legalidad, un Gobierno con los medios técnológicos necesarios puede cerrar una página web sin pasar por el molesto trámite de los tribunales. Es la guerra: no hay reglas, no hay límites y solo un objetivo: aplastar al enemigo sin importar el precio.
Hasta el diario The Guardian, que comparte con El País, Le Monde, Der Spiegel y The New York Times los papeles del Departamento de Estado, tuvo dificultades en una charla digital con Julian Assange. Su web colapsó varias veces por exceso de visitas. Era algo más que expectación. El exceso de visitas simultáneas es también un síntoma de un ataque exterior. Siempre nos quedará Twitter y otras redes sociales.
El asunto es grave. No solo está en juego la existencia de Wikileaks -que seguirá, reaparecerá con otros nombres o (peor para los Gobiernos) se multiplicará-, lo que está en juego en esta guerra sin precedentes es la libertad de información, la libertad sin adjetivos y la misma democracia. No es una exageración. Hoy es Wikileaks quien molesta, mañana será un periódico, una televisión, un blog, una opinión, un dato, un alguien.
En democracia los límites entre la libertad y la seguridad los marcan los tribunales, no los Ejecutivos, ni los ministros de Industria, aunque sean franceses. Es la esencia del sistema, su salud. La diferencia entre la Rusia de Batman-Putin y Anna Politkóvskaya y nosotros.
Los Gobiernos sellan como secretos los verdaderos secretos de los Estados, y es su deber protegerlos y conservarlos lejos de la prensa, pero junto a estos están catalogadas como secretos las mentiras y las miserias del poder, graves ocultamientos a la opinión pública que les paga y elige. ¿Es secreto la doble moral? ¿Es secreto el doble discurso del Gobierno socialista español en el caso Couso? ¿Es secreto la corrupción? ¿Lo son las torturas? ¿Gürtel? ¿Los GAL? ¿Es secreto el secuestro de ciudadanos y su traslado a un agujero negro legal en Guantánamo? ¿Es secreto violar las leyes? ¿Es secreta la pederastia de algunos sacerdotes católicos?
Las presiones políticas visibles del Congreso estadounidense doblaron la mano de Amazon, que además de hospedar a Wikileaks vende libros, discos y demás productos. Era una mano fácil de quebrar, sin capacidad tecnológica ni económica para resistir. El primer pico (rojo) del gráfico, que contiene el tráfico habitual de Wikileaks.org (entre 1,5 y 2 gigas), recoge el primer envite, el que forzó a Amazon a dar de baja a Wikileaks. El segundo, tercer, cuarto y quinto pico (en rosa) representan la ofensiva contra everydns.net, una empresa privada que pese a estar mejor dotada tecnológicamente tampoco pudo resistir. Adujo que no podía dejar sin servicio a cerca de medio millón de clientes y se desprendió de Wikiliaks.org. La empresa Everydns.net es norteamericana.
A EEUU le queda una tercera opción. Sería como lanzar la bomba atómica: atacar el primer nivel de la Red y obligar al ICANN (Internet Corporation for Assigned Names and Numbers), entidad independiente y sin ánimo de lucro encargada de asignar espacio de direcciones numéricas de protocolo de Internet (IP), a borrar del mapa ciberespacial a Wikileaks, sea cual sea su dirección-refugio. Sería demostrar que el ICANN no es independiente, sino al servicio de un país. Internet dejaría de ser libre.
El bloqueo se consigue con ataques de concurrencia masivos: decenas de miles de ordenadores, algunos cargados de virus, tratan de entrar en el mismo segundo en una página determinada hasta bloquearla. Hace años, en Cuba se estrenó la película Alicia en el pueblo de las maravillas. Tras prohibirla, las autoridades cubanas tuvieron que ceder debido a que el filme recibió varios premios en el extranjero. Se pasó apenas una semana en un cine de La Habana. El público estaba compuesto por gente de confianza: policías y miembros del partido para que nadie de fuera del círculo del poder pudiera verla. Eran otros tiempos, otro medios, pero el sistema es el mismo: impedir la visualización de lo que se desea ocultar.
Recorro el dial de las radios y de las televisiones y me topo con periodistas que defienden a los Gobiernos y su tendencia al secretismo. Atacan a Wikileaks. Son los que no tienen los papeles del cablegate en español. Los periodistas somos en teoría los fiscales de la democracia, los encargados de vigilar al poder, de defender las leyes y a los ciudadanos. Quizá falla todo porque sobre todo fallamos nosotros.
Noam Chomsky. Agosto de 2010.
A Wikileaks se le puede criticar su secretismo, la falta de transparencia. ¿De dónde sale el dinero? ¿Quién les apoya? ¿Cuántos donantes tienen y cuánto donan? ¿Cómo y en qué gasta sus fondos? ¿Pagan por obtener los secretos? Julian Assange ha prometido datos antes de final de año o al inicio de 2011. Para exigir transparencia hay que mostrarla.
Desconozco si Assange es trigo limpio, si se trata de un pervertido, un agente del FSB ruso, la CIA o el Mossad. No sé si es un Robin Hood, un loco o un héroe. De momento, hasta que sepamos más, lo que debería preocuparnos es el contenido de las revelaciones. Los crímenes impunes en Irak y Afganistán, por ejemplo.
En un momento de profunda crisis económica mundial, en la que los modernizadores aprovechan para poner en solfa gran parte del Estado de bienestar y los avances sociales logrados desde la Gran Depresión, la guerra contra Wikileaks parece baladí. No lo es. Es parte del mismo ataque, del mismo troyano que devora empleos, pensiones y libertades.
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