2 de abril de 2012

Lágrimas – diccionario filosófico Voltaire

Son el lenguaje mudo del dolor. Mas, ¿qué relación puede haber entre una idea triste y ese líquido salado que filtra por una pequeña glándula en el extremo externo del ojo, humedeciendo la conjuntiva y los pequeños puntos lagrimales, desde donde desciende hasta la nariz y la boca por el receptáculo que denominamos saco lagrimal y por sus conductos?

¿Por qué en los niños y mujeres, cuyos órganos tienen un tejido débil y delicado, el dolor excita con más facilidad las lágrimas que en los hombres, cuyo tejido es más fuerte?

Quizá la naturaleza quiso excitar en nosotros la compasión cuando vemos derramar lágrimas que nos enternecen, y movernos a prestar consuelo a los que las vierten. La mujer salvaje se apresura a auxiliar al niño que llora con tanta diligencia como la dama de corte, acaso con más cariño, porque está menos distraída y siente menos pasiones.

Es indudable que todo tiene su finalidad en el cuerpo humano. Los ojos, sobre todo, tienen relaciones matemáticas admirables y demostradas con los rayos de la luz; esta mecánica es tan divina que estoy tentado a creer que es un desvarío de la razón negar las causas finales de la estructura de nuestros ojos. El objetivo de las lágrimas no parece que tenga un fin tan determinado, pero es de loar que la naturaleza las haga fluir para movernos a compasión.

Atribuyen a algunas mujeres la facilidad de llorar cuando quieren, y no me sorprende que tengan ese don. La imaginación viva, sensible y tierna puede fijarse en alguna idea o recuerdo triste, y representárselo con colores tan intensos que consigan arrancarle lágrimas. Esto les sucede a muchos actores y principalmente a las actrices, en el teatro. Las mujeres que los imitan en su hogar unen a ese talento el fraude de aparentar que lloran por sus maridos cuando en realidad algunas lloran por sus amantes; entonces, sus lágrimas son sinceras, pero el motivo es falso.

Pero si es imposible llorar sin objeto, la risa se puede fingir. Es menester afectarse sensiblemente para obligar a la glándula lagrimal a que se comprima y esparza su líquido por la órbita del ojo; en cambio, basta que queramos para que aparezca la risa en nosotros.

Hay quienes se preguntan en qué consiste que el hombre que ve con ojos secos los hechos más atroces y que quizás haya cometido crímenes a sangre fría, llore en el teatro al presenciar la representación de esos hechos y esos crímenes. Consiste en no verlos con los mismos ojos, sino por los ojos del actor o autor; no es ya el mismo hombre. Era bárbaro, le agitaban pasiones furiosas cuando vio matar a una mujer, cuando se manchó con la sangre de un amigo, y vuelve a ser hombre presenciando el espectáculo. Ayer, pasiones tempestuosas agitaron su pecho; hoy está tranquilo y la naturaleza recobra en él sus derechos y le hace derramar lágrimas virtuosas. Este es el verdadero mérito y la acción saludable que producen las buenas obras en el teatro, bien saludable que nunca pueden proporcionar los deliquios retóricos del orador, pagado para que fastidie al auditorio durante una hora.

Así lo creía también Pope, cuando en el prólogo de la tragedia de Adisson, titulada Catón, dice:

Tyrants no more their savage nature kept;

And foes to virtue wonderet how they wept *.

(*) Los perversos se asombraron de ver que se enternecían, el crimen despertó el remordimiento y los tiranos lloraron.

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